viernes, 26 de diciembre de 2008

crónica seguimiento/espera


jueves 4 de diciembre entre las 17 y las 19 hs.
luego de una primera aproximación perceptiva, nos sumergimos en la acción de quienes atraviesan el espacio escénico. la trama de los recorridos. nos convertimos en espectadores-cuerpos en movimiento usando los trayectos de los transeúntes como vehículos de deriva. sucede como en “el hombre de la multitud”, detenerse y fijarse en una persona recortándola de la muchedumbre. de repente esa persona ya no forma parte de la multitud, se ha convertido en un individuo, así, de repente. shadowing, ser la sombra de cualquiera, de alguien elegido al azar. un actor que no sabe que está siendo seguido y sin embargo es actor. una dramaturgia sobre la nada. mientras lo sigo lo construyo: con o sin prisa, ocioso, nervioso, alterado, dubitativo, desorientado, abstraído, preocupado, peligroso, perseguido, acechante.

de la calle podría decirse que es ante todo un lugar peregrino, un espacio-movimiento, en el sentido de que es una comarca estructurada por las intranquilidades que registra, que solo puede ser conocida, descrita y analizada teniendo en consideración no tanto su forma como las operaciones prácticas, las capturas momentáneas y las esquematizaciones tempo-espaciales en vivo que procuran sus practicantes. microdesplazamientos, paradas, esperas, posiciones corporales, miradas, las pequeñas turbulencias, etc., dan pie a movimientos concertados que pueden evocar los de un ballet. la calle como escenario de teatralizaciones.


“seguimiento/espera” nombra una actividad que consta de dos momentos.

por un lado “seguimiento”, somos espectadores-participantes, transitadores, que se mueven por el espacio propuesto por el caminante, incorporando el ritmo de sus pasos, ocupando el espacio que deja abierto, circulación, flujo, canales adentro de la corriente, desplazamientos cotidianos y también marginales, extraordinarios. captar el movimiento en tránsito, sus pausas, sus cambios de ritmo, sus oscilaciones, la disposición corporal al traslado, su modulación de las pautas de paso seguro.

por otro lado “espera”, suspensión/detención del recorrido por el ingreso del seguido a un espacio privado o por su salida del espacio escénico de puerto madero o por el fin de un cierto lapso de tiempo. detenerse con el seguido. el fin del seguimiento habilita el momento receptivo, la apertura a la percepción del lugar. pequeños estancamientos sobrevenidos como pausas, como turnos, permiten el registro de las inmediaciones, interacción con el entorno que conforma una unidad tan positiva como instantánea.


las dos horas se hacen cortas, recién cuando comenzábamos a aclimatarnos a la actividad había ya que darla por concluida. interferencia entre los grupos, hay dificultad con los mensajes de texto.


enfoque del espacio, la instancia de registro con las cámaras estenopeicas. una toma única, con una retrotecnología que depende del momento oportuno y no tanto de la habilidad del fotógrafo, escapa a la precisión de una máquina exacta pero por eso mismo permite posibilidades de visión extrañas sobre la trama circulatoria. cada cámara con su nombre y su tiempo de exposición de acuerdo al día y a la intesidad de la luz: jamaica rhum: en día soleado 3 minutos, en dia nublado, 5 min.; sole d´ italia, 2 min 30 en soleado, 4 min 30 en nublado; aprox., etc..

finalmente el armado del mapa bajo un código común de referencias, el registro de una capa de hojaldre urbano. lo urbano como todo lo que en la ciudad no puede detenerse ni cuajar. la versatilidad innumerable de los acontecimientos que recorren una sociabilidad difusa, hilvanamiento de formas mínimas e inconclusas de enlace. la cartografía no pretende reflejar un texto uniforme, sino reponer una variedad de texturas.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Diciembre 8 - Julieta


Recorrido desde el Parque Lezama a …. Polo petroquímico.
En bicicleta.

  Tensión entre el paisaje sonoro y el paisaje visual .

El sonoro se construye con una ciudad apagada. La cumbia quedó atrás, los colectivos también. Las avenidas fueron sólo un par de transversales, ya lejos. Acá hay pajaritos, ventisca en los árboles, alguna radio dentro de un auto. Tranquilidad y día de campo. Falta el campo.

El agua es amarilla. Azufre. El olor es químico. Los objetos conteiners. Camiones estacionados. Carne de pescado. Garita militar, reja y propiedad privada. Torres de ladrillos. Humo de fábrica. Carteles que llaman a mantener limpio. Mugre entre la maleza y la humedad.

Parece ser el lugar elegido para un feriado distendido. Familias hacen picnic al lado del taxi con puertas abiertas. La gente bebe. Padres e hijos pescan a orillas de la catarata ácida. Amarillo. ¿De qué color es este río?

El recorrido y el espacio me atraen, y no puedo concentrarme en ensayar definiciones para el “espacio negativo”. Estoy atraída en esa tensión. Puedo caminar, bajar, cruzar alambres, tantear las velocidades de la bicicleta según las quietudes del entorno. No puedo concepto. Hay espacio para meterse en el espacio. No cierra. No se entiende. Hay grieta. Hay hueco. Hay veladura. Somos el elemento humano…. Será el vacío de los chinos?

Hay un barco gigante estacionado en la tierra. Una inmensa hélice entre los yuyos detrás del alambrado. Una bañadera llena de escombros. Una planta pinchuda se adueñó de una ventana. Un puente que no pasa por arriba de nada. Conecta nada con anda.

Un río que no se utiliza como fuente de agua. Un alambre de púa que se cruza por sus abolladuras. Una playa de estacionamiento sin vehículos.

Tal vez los espacios en negativo tengan que ver con la función que pretenden y la realidad que les opera. Claramente en esa tensión, en ese hiato que se crea, hay espacio. Hay tiempo. Hay por donde meterse.

martes, 23 de diciembre de 2008

viernes, 12 de diciembre de 2008

El negativo responde a un positivo que se ve - Sol


El negativo responde a un positivo que se ve. Este lo desconoce.
Mientras se hunde, el positivo se presenta, se erige sobre el negativo.
El negativo lo vive desde abajo, hundido.
El espacio negativo modula el agua, la hace móvil, le permite espumarse.
Que hay de positivo en un espacio que la encausa, la contiene. La muestra, la exhibe, la fuerza a la pasividad. La naturaleza contenida entre bloques de concreto.

El negativo es abajo.
El abajo es oscuridad.
El abajo: lo que está más allá de la valla. Lo que esta más cerca del olor a podrido.
Lo que no respeta ortogonales y se extiende en el espacio desarticulado.
Lo que expulsa, evita ser recorrido, pero se siente inquietante. Lo que pide ser penetrado desde su propia prohibición.
La geografía negativa es una geografía construida: capas geológicas de escombros. Inmovilidad donde debiera haber movilidad. Accidentes geográficos no accidentales.
Tierra que no es tierra.

No hay accidente, no hay azar en el espacio.

El rechazo a lo de abajo: un “horror vacui” geográfico.

Si está abajo, hay hueco. Si hay hueco debe llenarse.
Más y más metros de tierra elevada.
Más y mas posibilidades de hacerla productiva.
Rentas, negocios inmobiliarios, termoeléctricos, industriales.

Producción y explotación.
El espacio negativo se extiende hasta las costas naturales.
Aquellas en las que ahora hay pavimento.

domingo, 30 de noviembre de 2008

mapa territorio

sábado, 29 de noviembre de 2008

cronica de percepción


secuestrados y secuestradores dispuestos en el espigón plus ultra, en forma de muelle. sensación de que se zarpa hacia algún lugar. el proyecto como nave. notable el espacio simbólico del espigón: antigua función de mirador al río de la plata. trabajar con la metáfora del secuestro y del interrogatorio, aun cuando suene macabro si tenemos en cuenta las implicaciones entre puerto madero y la época que se inaugura en 1976, causó (en forma de secuestro neo-hippie) un efecto de extrañamiento perceptivo, la pérdida parcial de la orientación y la exploración de posibilidades no visuales de estar-en-un-paisaje y, por lo tanto, de orientarse en él. percepciones de frontera, entre lo natural y lo tecnológico. se ocluye la vista y emerge el humus de sinestesias que sostienen nuestra visualidad urbana: esta cuestión de que la vista es sentido combinatorio, que trabaja sobre superficies que rellena con el material de los otros sentidos, un sentido de abstracción. la suspensión de la forma-ojo habilita la emergencia de otras posibilidades sensoriales, que también nos constituyen.
después, el calor: salir de la sombra y bajar al infierno. el elemento calor presidió el siguiente ejercicio de extrañamiento, en un doble sentido:
-uno, en el de traer una modalidad perceptiva de tintes alucinatorios. la sensación de caminar por un desierto de irrealidad. la plaza recién inaugurada, sin huellas, los recorridos se ven febriles, aplastados por la hora. la sensación de espacio sobre el que cayó una bomba de hidrógeno que dejó el paisaje diseñado intacto y desintegró a todos los seres humanos. los trayectos por la plaza, por los juegos de niños que seguramente ningún niño real ha tocado jamás. esa superficie perfecta de goma que amortigua las posibles caídas de niños posibles. espacio mental entre los rosales al borde de las tres torres como en una isla tipo lost, un experimento sociológico. la subida por una escalera junto a la sequoia inmensa, que proyecta una sombra, también diseñada. obreros naranjas con máquinas de podar sendas. otros barnizando muebles de la costanera (quizás actores?). tuneando los muebles publicos para que estén en su mayor nivel de posibilidad visual todo el tiempo. barniza huellas, deshuella. junto al baldío más top del mundo, en la parte de atrás del “office sales” del “faena art district”;
-dos, en el de agotar a los caminantes-perceptógrafos, favoreciendo una dinámica de disolución lenta.

martes, 25 de noviembre de 2008

Essai de description psychogéographique des Halles - Abdelhafid Khatib

extraído de Internationnale Situationiste nº2
(
tenemos traducción castellana fotocopiada) 


« De fait, pour obtenir les plus simples améliorations dans les rapports sociaux, il faut mobiliser une si extraordinaire énergie collective, que si l’importance réelle de cette disproportion apparaissait sous son véritable jour à la conscience publique, elle agirait comme un facteur de découragement…
Cette affreuse disproportion doit être considérablement atténuée pour les consciences, par une amplification artificielle et grosse de mythologie des résultats attendus, portée jusqu’à des proportions répondant davantage à la somme des efforts engagés et dont il est déjà impossible de cacher l’importance, puisqu’elle est directement ressentie. Ces déformations qui, observées de l’extérieur, ont un aspect fantaisiste, sont précisément l’œuvre des idéologies qui, pour cette raison, constituent la condition indispensable du progrès social. » 
LESZEK KOLAKOWSKI (Responsabilité et Histoire)

LE MONDE dans lequel nous vivons, et d’abord dans son décor matériel, se découvre de jour en jour plus étroit. Il nous étouffe. Nous subissons profondément son influence ; nous y réagissons selon nos instincts au lieu de réagir selon nos aspirations. En un mot, ce monde commande à notre façon d’être, et par là nous écrase. Ce n’est que de son réaménagement, ou plus exactement de son éclatement, que surgiront les possibilités d’organisation, à un niveau supérieur, du mode de vie.

Les situationnistes se sentent capables, grâce à leurs méthodes actuelles et aux développements prévus dans ces méthodes, non seulement de réaménager le milieu urbain, mais de le changer presque à volonté. Jusqu’à ce jour l’absence de crédits, le peu d’aide que nous ont apporté des gens qui, par ailleurs, se prétendent intéressés par tout ce qui touche à l’urbanisme, à la culture, et à leur réaction sur la vie, cette carence donc ne nous a permis d’entreprendre qu’une expérimentation très réduite, restant presque au niveau du jeu personnel. Mais ce que nous voulons n’est pas moins qu’une intervention directe, effective, nous menant après les études préliminaires qui s’imposent — et ici la psychogéographie sera d’un grand poids — à instaurer des ambiances nouvelles, situationnistes, dont les traits essentiels sont la courte durée et le changement permanent.

  

La psychogéographie, étude des lois et des effets précis d’un milieu géographique consciemment aménagé ou non, agissant directement sur le comportement affectif, se présente, selon la définition d’Asger Jorn, comme la science-fiction de l’urbanisme.



  

Les moyens de la psychogéographie sont nombreux et variés. Le premier, et le plus solide, est la dérive expérimentale. La dérive est un mode de comportement expérimental dans une société urbaine. C’est, en même temps qu’un mode d’action, un moyen de connaissance, particulièrement aux chapitres de la psychogéographie et de la théorie de l’urbanisme unitaire. Les autres moyens, tels la lecture de vues aériennes et de plans, l’étude de statistiques, de graphiques ou de résultats d’enquêtes sociologiques, sont théoriques et ne possèdent pas ce côté actif et direct qui appartient à la dérive expérimentale. Cependant, grâce à eux, nous pouvons nous faire une première représentation du milieu à étudier. Les résultats de notre étude, en retour, pourront modifier ces représentations cartographiques et intellectuelles dans le sens d’une complexité plus grande, d’un enrichissement.


  
Nous avons choisi, comme sujet d’une étude psychogéographique, le quartier des Halles qui, à l’inverse des autres zones ayant fait jusqu’à présent l’objet de certaines descriptions psychogéographiques (Continent Contrescarpe, zone des Missions Étrangères) est extrêmement animé et fort connu, tant de la population parisienne que des étrangers qui ont quelque peu séjourné en France.

  
Nous précisons d’abord les limites du quartier tel que nous le concevons ; les divisions caractérisées du point de vue des ambiances ; les directions que l’on est porté à prendre dans et hors ce terrain ; puis nous émettrons quelques propositions constructives.


 

Le quartier des Halles, en termes de division administrative, est le deuxième quartier du premier arrondissement. Placé au centre de Paris, il est en contact avec des zones en tous points différentes les unes des autres. Le quartier, considéré du point de vue de l’unité d’ambiance, ne diffère que légèrement de ses limites officielles, et principalement par un assez large empiètement au nord sur le deuxième arrondissement. Nous retenons les frontières suivantes : la rue Saint-Denis à l’est ; les rues Saint-Sauveur et Bellan au nord ; les rues Hérold et d’Argout au nord-ouest ; la rue Croix-des-Petits-Champs à l’ouest ; enfin au sud la rue de Rivoli qu’il faut doubler, à partir de la rue de l’Arbre-Sec, par la rue Saint-Honoré (voir plan n° 1).

 

L’architecture des rues et le décor mouvant qui les complique chaque nuit, peuvent donner l’impression que les Halles sont un quartier difficile à pénétrer. Il est vrai que dans la période d’activité nocturne, les embouteillages de camions, les barricades de cageots, le mouvement des travailleurs avec leurs diables mécaniques ou à bras interdisent l’accès des voitures et font dévier presque constamment le piéton de sa route (ceci favorisant énormément l’anti-dérive circulaire). Mais en dépit des apparences, le quartier des Halles, de par les voies d’accès qui le bordent ou le traversent en tous sens, est l’un des plus faciles à franchir.

 

Quatre grandes voies traversent les Halles de bout en bout, et contribuent ainsi à leur morcellement en zones d’ambiance distinctes, mais qui toutes sont communicantes : la plus importante de ces voies, orientée est-ouest, est constituée par la rue Rambuteau qui, par divers prolongements aboutit dans la région de la Banque de France ; la rue Berger, également orientée est-ouest, la double dans le sud ; la rue du Louvre, orientée nord-sud ; la rue des Halles, orientée sud-est-nord-ouest. Il existe de nombreuses voies de pénétration secondaires, par exemple la suite des rues du Pont-Neuf-Baltard, au contact de la rive gauche à travers le Pont-Neuf et de divers secteurs au nord à travers les rues Montmartre, de Montorgueil et, dans une moindre mesure, de Turbigo. Cette voie doit être cependant considérée comme secondaire à cause des deux coupures relatives que constitue le franchissement de la rue de Rivoli et des grands bâtiments des Halles Centrales.


 
La caractéristique essentielle de l’urbanisme des Halles est l’aspect mouvant du dessin des lignes de communication, tenant aux différents barrages et aux constructions passagères qui interviennent d’heure en heure sur la voie publique. Les zones d’ambiance séparées, qui restent fortement apparentées, viennent toutes interférer au même endroit : le complexe place des Deux-Écus-Bourse du Commerce (rue de Viarme).

 
La première zone, dans l’est, est comprise entre les rues Saint-Denis, de Turbigo, Pierre-Lescot et la place Sainte-Opportune. C’est la zone de la prostitution, avec une multitude de petits cafés. En fin de semaine une foule masculine et misérable, venue d’autres quartiers, cherche à s’y divertir. Autour du square des Innocents se maintient une population de clochards. L’ensemble de cette zone est déprimant. (…).

 
La rue Saint-Denis marque une coupure assez soudaine entre cette zone et les quartiers Saint-Merri-Saint-Avoye vers l’est, mais cette coupure participe encore à l’ambiance des Halles. La coupure étant aggravée aussitôt par le boulevard de Sébastopol, le lieudit Plateau Saint-Merri se trouve sous une influence très atténuée des Halles, alors que sa participation à l’activité économique du quartier (stationnement des camions) tendrait plutôt à l’y intégrer.

 
La seconde zone, au sud, s’étend entre les rues de Rivoli-Arbre-Sec-Saint-Honoré et la rue Berger. Au contact, dans la journée, de la fièvre commerçante de la rue de Rivoli et du marché aux fleurs qui occupe les Halles Centrales, cette zone est, la nuit, laborieuse et gaie. C’est ici qu’il y a le plus grand nombre de restaurants et de cafés fréquentés par les travailleurs des Halles (…).

 
La troisième zone, qui est à l’est (entre la rue du Louvre et la rue Croix-des-Petits-Champs), est calme le jour comme la nuit. Un assez grand ordre y règne, et l’activité des Halles va s’atténuant, ainsi que l’ambiance, de l’est à l’ouest, pour s’arrêter totalement devant la Banque de France et la Place de Valois. Cette marge frontière annonce déjà les quartiers riches qui se trouvent à proximité (Palais-Royal, Opéra). Presque tout donne à penser que l’on se trouve dans un quelconque quartier d’habitation plutôt que dans une partie des Halles. Pourtant des passages comme la Galerie Véro-Dodat ou la Cour des Fermes révèlent cette ambiance mouvante, et confèrent à cette zone un caractère bizarre et flou (…).

La rue Croix-des-Petits-Champs est une ligne tangente à l’unité d’ambiance des Halles. Son intérêt réside dans les possibilités de contact qu’elle laisse paraître, surtout quand elle passe au voisinage de la plaque tournante place des Deux-Écus-rue de Viarme. Quant à la place des Victoires, dans laquelle elle débouche au nord, c’est un poste frontière, étranger aux Halles et détournant d’y accéder. La Place des Victoires est une place de défense des quartiers bourgeois (dans le même esprit de lutte des classes transportée dans l’urbanisme il faut citer l’écrasant Palais de Justice de Bruxelles, à la limite des quartiers pauvres).

Avec la quatrième zone, qui constitue le nord des Halles, nous arrivons à la partie la plus étendue et surtout la plus célèbre de ce vaste complexe urbain. Traçons ses limites. D’abord la rue Rambuteau, prolongée à l’ouest de l’église Saint-Eustache par la rue Coquillère, en constitue la principale façade (le côté opposé de cette voie n’étant autre que l’alignement des pavillons des Halles Centrales). La frontière de l’est suit la rue Pierre-Lescot puis glisse par la rue Turbigo jusqu’à la rue Saint-Denis. À l’ouest la zone s’arrête aux rues Hérold-d’Argout. Dans la partie septentrionale, au-delà de la rue Étienne-Marcel, on découvre une marge frontière où l’influence des Halles, qui va se dégradant à mesure que l’on progresse vers le nord, s’exerce à travers des voies secondaires orientées généralement sud-ouest-nord-est, telles les rues Rousseau-Tiquetonne, la rue du Jour continuée dans le passage de la Reine de Hongrie, les rues Mauconseil-Française. Cette zone comprend à la fois une région d’habitation particulièrement misérable et les restaurants les plus renommés qui constituent le pôle d’attraction du tourisme riche dans les Halles ; une intense activité du commerce alimentaire de détail et une importante implantation administrative (Hôtel des Postes, Centre de l’E.D.F., rue Mauconseil, plusieurs écoles). Ces éléments entraînent une différenciation considérable entre les ambiances diurne et nocturne. Durant la nuit c’est cette zone qui concentre presque tous les traits de divertissement des Halles, au sens bourgeois et traditionnel de cette conception (…).

La zone d’interférence centrale, la plaque tournante des différentes directions d’ambiances des Halles est, comme nous l’avons signalé, le complexe Bourse du Commerce-Place des Deux-Écus. Cette zone se trouve à l’extrémité ouest du bloc constitué par la juxtaposition des grands pavillons des Halles Centrales. Mais ces constructions n’agissant pas comme liaison mais au contraire comme coupure, la rue Carême qui les traverse dans le sens de la longueur ne participe pas à cette relation.

Ces différentes directions qui se recoupent dans cette plaque tournante affectent fortement le chemin qu’un incividu ou un groupe suivront, avec une apparence de spontanéité, aussi bien à l’intérieur qu’à l’extérieur des Halles (voir plan n° 2).

Selon la théorie des zones concentriques urbaines, les Halles participent à la zone de transition de Paris (détérioration sociale, acculturation, brassage de populations, qui le milieu propice aux échanges culturel). On sait que dans le cas de Paris cette division concentrique se complique d’une opposition est-ouest entre les quartiers à prédominance populaire et les quartiers bourgeois, d’affaires ou résidentiels. La ligne de rupture est constituée au sud de la Seine par le boulevard Saint-Michel. Elle se trouve légèrement déviée vers l’ouest au nord de la Seine et passe alors par la rue Croix-des-Petits-Champs, la rue Notre-Dame-des-Victoires et leurs prolongements. C’est à la limite ouest des Halles que le Ministère des Finances, la Bourse et la Bourse du Commerce constituent les trois pointes d’un triangle dont la Banque de France occupe le centre. Les institutions concentrées dans cet espace restreint en font, pratiquement et symboliquement, un périmètre défensif des beaux quartiers du capitalisme. Le déplacement projeté des Halles hors de la ville entraînera un nouveau recul du Paris populaire qu’un courant continu rejette depuis cent ans, comme on sait, dans les banlieues.

Au contraire une solution qui va dans le sens d’une société nouvelle commande de conserver cet espace au centre de Paris pour les manifestations d’une vie collective libérée. Il faudrait profiter du recul de l’activité pratique-alimentaire pour encourager le développement sur une grande échelle des tendances au jeu de construction et à l’urbanisme mouvant spontanément apparues « dans les eaux glacées du calcul égoïste ». La première mesure architecturale serait évidemment le remplacement des pavillons actuels par des séries autonomes de petits complexes architecturaux situationnistes. Parmi ces architectures nouvelles et sur leur pourtour, correspondant aux quatre zones que nous avons envisagées ici, on devrait édifier des labyrinthes perpétuellement changeants à l’aide d’objets plus adéquats que les cageots de fruits et légumes qui sont la matière des seules barricades d’aujourd’hui.

Après l’abrutissement que la radio, la télévision, le cinéma et le reste, entretiennent maintenant, l’extension des loisirs sous un autre régime appellera des initiatives bien plus hardies. Si les Halles de Paris ont subsisté jusqu’au moment où ces problèmes seront posés par tous, il faudra essayer d’en faire un parc d’attractions pour l’éducation ludique des travailleurs.
Questionnaire


note de la rédaction
Cette étude est inachevée sur plusieurs points fondamentaux, et principalement en ce qui concerne la caractérisation des ambiances dans les zones sommairement définies. C’est que notre collaborateur a été victime des règlements de police qui, depuis le mois de septembre, interdisent la rue aux nord-africains après 21 h 30. L’essentiel du travail d’A. Khatib concernait évidemment l’ambiance des Halles la nuit. Après deux arrestations et deux séjours dans des « Centres de Triage », il a dû renoncer à le poursuivre. Ainsi le présent, pas plus que l’avenir politique, ne peuvent être abstraits des considérations portant sur la psychogéographie même.



Questionnaire


Avez-vous quelques connaissances théoriques en écologie humaine ? En psychogéographie ? Lesquelles ?


Avez-vous fait une ou plusieurs expériences de dérive ? Qu’en pensez-vous ?


Quelle est la nature précise de votre connaissance du quartier des Halles (visites rapides, fréquentation assidue, habitation continue) ?


Voyez-vous les limites de cette unité d’ambiance telles qu’elles sont proposées dans notre plan ? Quelles retouches conviendrait-il d’y apporter ?



La division des Halles en zones distinctes vous paraît-elle conforme à votre expérience du terrain ? Quelles autres divisions éventuelles jugeriez-vous plus proches de la réalité ?



Admettez-vous l’existence de plaques tournantes psychogéographiques dans le milieu urbain en général ? Particulièrement dans les Halles ? Dans ce cas, où les placez-vous ?



Pouvez-vous reconnaître un centre à l’unité d’ambiance étudiée ? En quel point ?



Comment entrez-vous dans les Halles ? Comment en sortez-vous ? (Tracer des axes de progression dominants, à l’exclusion de tout usage de moyens mécaniques de transport).



Quelles directions êtes-vous porté à suivre à l’intérieur des Halles ?


10°
Quels sentiments provoquent les Halles (secteur par secteur) ? Pourquoi ?


11°
Quelles modifications de l’ambiance avez-vous remarquées en fonction de l’heure ?


12°
Quelles sortes de rencontres avez-vous faites aux Halles ? Et ailleurs ?


13°
Quels changements architecturaux vous paraissent souhaitables dans les Halles ? Pour quelle zone, et dans quelles directions, verriez-vous une extension de cette unité d’ambiance ? Ou, au contraire, une destruction ?


14°
Si l’activité économique des Halles est transportée ailleurs, à quoi devrait-on destiner, d’après vous, ce quartier ?


15°
Vous sentez-vous les qualités requises pour être psychogéographe ?


16°
Si vous n’êtes pas situationniste, exposez brièvement ce qui vous empêche de le devenir.

Adresser les réponses à A. Khatib, 32, rue de la Montagne-Geneviève, Paris-5e.

Un premier état du Plan de la Situation n° 17 
sera publié dans notre prochain numéro 

Sommaire internationale situationniste numéro 2

Poe y Simmel en pdf - revista bifurcaciones

Georg Simmel, "La metropolis y la vida mental"
http://www.bifurcaciones.cl/004/bifurcaciones_004_reserva.pdf

Edgar Allan Poe, "El hombre de la multitud"
http://www.bifurcaciones.cl/006/bifurcaciones_006_reserva.pdf

lunes, 24 de noviembre de 2008

Tentativa de agotar un lugar parisino - Georges Perec


(1975)

Hay muchas cosas en la plaza Saint–Sulpice, por ejemplo: un ayuntamiento, un edificio de un organismo impositivo, una comisaría, tres cafés —uno de los cuales tiene kiosko—, un cine, una iglesia en la que trabajaron Le Vau, Gittard, Oppenord, Servandoni y Chalgrin, dedicada a un capellán de Clotaire II que fue obispo de Bourges desde 624 a 644, y cuya fiesta se celebra el 17 de enero, un editor, una empresa de pompas fúnebres, una agencia de viajes, una parada de autobuses, un sastre, un hotel, una fuente decorada con las estatuas de los cuatro grandes oradores cristianos (Bossuet, Fénelon, Fléchier y Massillon), un kiosko de diarios, una santería, un estacionamiento, un instituto de belleza y muchas otras cosas más. Un gran número de esas cosas, si no la mayoría,fue descripto, inventariado, fotografiado, contado o enumerado. Mi objetivo en las páginas que siguen ha sido más bien describir el resto: lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes.

 

La fecha: 18 de octubre de 1974
La hora: 10.30 hs.
El lugar: Tabac Saint–Sulpice
El tiempo: Frío seco. Cielo gris. Algunos claros.

Bosquejo de un inventario de algunas de las cosas estrictamente visibles:—Letras del abecedario, palabras: “KLM” (en el bolso de un paseante), una “P” mayúscula que significa “parking”; “Hotel Récamier”, “St–Raphaël”, “el ahorro a la deriva”, “Taxis terminal”, “Rue du Vieux–Colombier”, “Brasserie–bar”, “Parc Saint–Sulpice”.—Símbolos convencionales: flechas bajo la “P” de los parkings, una apunta levemente hacia el suelo, la otra orientada en dirección a la rue Bonaparte (del lado Luxembourg), al menos cuatro carteles que indican contramano (el quinto se refleja contra los vidrios del café).—Cifras: 86 (en la parte de arriba de un autobús de la línea nº 86, encima de la indicación del lugar adonde se dirige: Saint–Germain–des–Prés), 1 (chapa del nº 1 de la rue du Vieux–Colombier), 6 (en el lugar que indica que nos encontramos en el 6to. distrito de Paris).—Slogans fugitivos: “Desde el autobús miró París”—Tierra: pedregullo y arena.—Piedra: el cordón de las veredas, una fuente, una iglesia, casas...—Asfalto—Árboles (frondosos, a menudo amarillentos)—Un pedazo bastante grande de cielo (quizás 1/6 de mi campo visual)—Una bandada de palomas que cae repentinamente sobre el terraplén central, entre la iglesia y la fuente—Vehículos (su inventario queda pendiente)—Seres humanos—Algo así como un basset—Un pan (baguette)—Una lechuga (¿francesa?) que desborda parcialmente de una bolsa para las comprasTrayectorias:El 96 va a la estación Montparnasse

El 84 va a la Porte de Champerret

El 70 va a la Place du Dr. Hayem, Casa de la Radio

El 86 va a Saint–Germain–des–Prés

Exija el Roquefort Société el verdadero en su óvalo verdeNingún agua surge de la fuente. Las palomas se posaron sobre el borde de uno de sus pilones.Hay bancos sobre el terraplén, bancos dobles con un respaldo único. Desde donde estoy puedo contar hasta seis. Cuatro están vacíos. Tres vagabundos con gestos clásicos (beber tinto de la botella) en el sexto.El 63 va a la Porte de la MuetteEl 86 va a Saint–Germain–des–PrésLimpiar está bien, no ensuciar es mejorUn autobús alemánUna furgoneta BrinksEl 87 va al Champ–de–MarsEl 84 va a la Porte ChamperretColores; rojo (Fiat, vestido, St–Raphael, manos únicas)bolso azulzapatos verdesimpermeable verdetaxi azul2CVazulEl 70 va a la Place du Dr. Hayem, Casa de la Radio mehari verde

El 86 va a Saint–Germain–des–PrésDanone: Yogures y postresExija el Roquefort Société el verdadero en su óvalo verdela mayoría de la gente tiene al menos una mano ocupada: llevan una cartera, una valijita, una bolsa para compras, un bastón, una correa encuyo extremo hay un perro, la mano de un chicoUn camión entrega cerveza en toneles de metal(Kanterbraü, la cerveza de Maitre Kanter)El 86 va a Saint–Germain–des–PrésEl 63 va a la Porte de la MuetteUn autobús “Cityrama” de dos pisosUn camión azul de marca mercedesUn camión oscuro Printemps BrumellEl 84 va a la Porte de ChamperretEl 87 va al Champ–de–MarsEl 70 va a la Place du Dr. Hayem, Casa de la RadioEl 96 va a la estación de MontparnasseDarty RéalEl 63 va a la Porte de la MuetteCasimir alta cocina por encargo. Transportes Charpentier.Berth France S.A.R.L.Le Goff tirada de cerveza

El 96 va a la estación MontparnasseAuto–escuelaViniendo de la rue du Vieux–Colombier, un 84 dobla en la rue Bonaparte (rumbo al Luxembourg)Mudanzas WalonMudanzas Femand CarrascossaPapas al por mayorUna japonesa parece fotografiarme desde un ómnibus de turistas.Un viejo con su media baguette, una señora con un paquete de masas que tiene la forma de una pequeña pirámideEl 86 va a Saint–Mandé (no dobla en la rue Bonaparte, sino que toma la rue du Vieux–Colombier)El 63 va a la Porte de la MuetteEl 87 va al Champ–de–MarsEl 70 va a la Place du Dr. Hayem, Casa de la RadioViniendo de la rue du Vieux–Colombier, un 84 dobla en la rue Bonaparte (rumbo al Luxembourg)Un ómnibus de turistas, vacío, otros japoneses en otro ómnibusEl 86 va a Saint–Germain–des–PrésBraun reproducciones de arte

Calma (¿lasitud?)Pausa.

La cabeza de Goliat. Microscopía de Buenos Aires - Ezequiel Martinez Estrada


Vista

También la vista y el oído son órganos de tacto más que la mano, en la ciudad. Indican el espacio y el movimiento en tres dimensiones, donde todo lo que ocurre corresponde exclusivamente a la cinética y se refiere a nuestra seguridad personal. Nuestros oídos calculan precisamente la distancia del peligro y la vista pierde su cualidad óptica para reducirse a una función compleja de espuela, rienda y freno, al gobierno material del cuerpo que anda entre cuerpos contra los que no hay que chocar. Fisiológicamente y según el plan de organización de los seres vivos, el oído y la vista tienen misiones puras, y por eso los órganos están constituidos según la maravillosa técnica de los instrumentos estéticos; en la ciudad tienen una función táctil, como herramientas que se aplican directamente a las cosas. Anticipan el impacto y repelen los objetos o buscan los senderos expeditos en la maraña de obstáculos móviles. La vista no es empleada para percibir las formas y los colores cuanto las masas en movimiento y su proximidad. Si vieran el color, las formas y los dibujos, no avanzaríamos mucho, porque a cada instante hay en la ciudad prodigios de esfumaturas, matices y detalles que nos fascinarían. Ni más ni menos que la naturaleza, tiene escondidos tesoros en cada partícula de su masa informe, en los panoramas y en los pormenores. La luz, el color y las formas derrochan obras maestras en un pedazo de pared, entre las ramas de un árbol que tiene detrás un edificio, en una perspectiva irregular, en una cornisa, en un zaguán. Marchamos pisando joyas. En un maremágnum de imágenes quebradas, de escorzos y de porciones de belleza virginal. Lo que Cellini veía en cada relieve anatómico de un cuerpo hermoso, es posible ver en cada fragmento de la ciudad. ¿Quién puede andar de rodillas? Nuestros ojos tiran de nosotros como un cabestro.

Cuando Kate Weintzel nos enseñó a mirar con atención rincones y trozos insignificantes de la ciudad con su ojo fotográfico —una caja de fósforos junto a la rueda de un coche, un pedazo de puerta al sol, una pierna que sube la escalera—, comprendimos que nuestros ojos están ciegos. No nos sirven nada más que como lazarillos para cruzar las calles, no tropezar con otros y ganarnos la vida. El ojo ideal sería la célula fotoeléctrica. La ciudad pervierte así nuestros sentidos y, finalmente, nuestra inteligencia, que en vez de ser órgano de percibir la belleza, el bien y la verdad, se convierte en órgano de lucha y defensa, ocupado en eludir peligros y en acrecentar las reservas de pequeña ventajas acumulativas. Inteligencia en la yema de los dedos, como el ojo del ciego.
 
En este orden de cosas, Buenos Aires todavía no ha sido descubierto, y aun para los que acostumbramos acariciarlo voluptuosamente con la vista, todos los días tiene sorpresas de emoción que venimos a estimar cuando estamos lejos de allí. La estética de la ciudad, ¿corresponderá al álbum más que al libro?


Oído

Si se tratara de suprimir los ruidos molestos la ciudad entraría en un pozo de silencio, pues en la ciudad todos los ruidos son molestos. Hasta el sonido se deforma y degrada como si perdiera el alma, pues el ruido es el cadáver del sonido. La jazz es la ampliación ciudadana de la música de cámara. Los altoparlantes demuestran que por razones acústicas y a semejanza de lo que resulta con los espejos curvos, toda imagen de sonido es convertida en caricatura por la ciudad, es decir, en ruido. Apenas recuerda uno como algo paradisíaco aquellos tiempos en que los vendedores ambulantes pregonaban su mercancía con voz clara y fresca, particularmente el pescado. Sonaban las notas finales del pregón como una proeza de ópera, y la frescura de la voz anticipaba el sabor de los langostinos y las ostras. Hasta la voz de cuerno del mayoral de tranvía parecía el solo de Sigfrido, y cada uno tenía su frase melódica, como en Wagner. Salía la voz retorcida con la figura sonora del cuerno, acompañada de herraduras en el empedrado. Los días de lluvia, esas notas pastoriles arrastraban la ciudad entera como en una carreta hacia los campos, y los chicos nos quedábamos en las puertas como si viajáramos.

El clarín de los bomberos emocionaba como al griego antiguo la recitación en un canto de la Ilíada. Pasaban las bombas como si llevaran más llamas al incendio, y el clarín era una lengua de fuego. Las bandas romantizaban las tardes de las plazas y Malvagni hacía sonar las luces de sus anillos. Música para sentase un rato a su sombra fragante; música para huérfanos. Pudo ser que nuestros oídos no supieran entonces distinguir bien un ruido de un sonido; pero es más probable que hoy la ciudad deforma y envilece los sonidos y que la edad del organillo y de las serenatas se llevó consigo una sensibilidad. La voz de los pregoneros y de los lecheros que cantaban estribillos, enmudeció; los serenos no existen; la sirena reemplazó al clarín; el vendedor de barquillos y el afilador que ejecutaban con una unción que les salía del alma, desaparecieron; los altoparlantes a disco reemplazan a la vibrante voz de las arengas, los escapes y explosiones y el crujido de los frenos a la geórgica voz de las trompas de asta que cantaban refranes de amor. Todo esto ocurrió hacia el año que murió Carriego. Ruidos de contenido furor, producidos con el pie o con la mano y no con las laringes y las estrangules, resecan el aire y apergaminan los tímpanos. La ciudad se ha tragado las voces individuales y en cambio emplea su estentórea voz colectiva, de fuerza industrial, de aviso perentorio de que junto a nosotros pasa rodando la muerte.

Tampoco son los mismos individuos eufónicos los que dialogan en las orquestas populares, ni cuentan las mismas cosas. Buenos Aires cambió de voz a falsete. Muchos años, desde que comenzó la pasión del tango, hasta lo que podríamos llamar la era de Pacho y Berto, como los ingleses dicen la era victoriana, el instrumento preferido del pueblo fue el bandoneón. Era su voz de gris y húmedo timbre, vibrante de un eros contenido y muscular, más hombruna y sensual que la de ahora. La nota nítida y gruesa, emitida con la redondez del tubo donde el viento la formaba y expulsaba, ampliábase luego como el goterón de lluvia que absorbe la tierra caliente y a la luz de las lámparas de acetileno era como un hipnótico de cloroformo y cantárida.


La guitarra y la flauta acompañaban al bandoneón como la novia y la hermana, y completaban el trío de las voces de la sensualidad imbricada. En los bailes familiares el arpa, el piano y la flauta llevaban en sus alas de paloma de tarjeta postal, valses, schotis, polkas y lanceros. La flauta acentuaba con su sístole la síncopa del tango y siempre en ella se reconocía esta virtud que le atribuyó Berlioz: e poco a poco en el lamento, en el gemido y en la amargura de un alma resignada...»(1)


Más tarde la flauta fue desterrada por completo de nuestras orquestas populares y el saxófono ocupó su sitio, más flexible y a la línea quebrada de la jazz, esa música de prohibicionistas que gustan del alcohol clandestino. Bandurria y gaita eran instrumentos de rondillas y desterrados. Así como el acordeón venció, tierra adentro, a la vihuela tradicional, así el bandoneón venció en la metrópoli y acabó incorporándose con nuevas técnicas a la orquesta típica de los cafés y a las bodas de obreros. La guitarra tiene todavía hoy en la radio una íntima fascinación, y como casi siempre trae del fondo de la vida rural sus perfumes campestres, llega en las zambas y vidalitas con el encanto nostálgico de tierras y años perdidos. Siguen después los instrumentos de las bandas, voces cosmopolitas y extrañas a nuestra sensibilidad lunática.


La promiscuidad de vida ha creado una promiscuidad de voces. Toda la orquesta de la jazz, con sus instrumentos de ricos matices de timbres y temperaturas, ha pasado a primer plano. El ukelele, el saxófono, el oboe, el clarinete, se enseñorean de la orquesta, como reyes legítimos que de ella son. Han creado una sensibilidad superpuesta que ofusca los sentidos pero que no nos llega al corazón. Podría hacerse una estadística de la extranjería al confrontar los programas de los bailes populares y de los cafés danzantes. Una voz nueva ha sido el cantor solista, parodiado de la jazz, extraño a su papel, todavía no aclimatado, que trae a la melodía modernizada de la canción, su quejido de barrio pretérito, a igual distancia de la quejumbre indígena y de la bravura del virtuoso.


He de tratar aparte la concertina, flor espiritual y evangélica de los instrumentos, que sólo se oía en los circos y en los números de acróbatas excéntricos del Casino, los domingos por la tarde, por ejemplo, cuando ese teatro era accesible a las familias y a los niños. sí; instrumento cuya voz suena sobre nubes, nimbando rostros angélicos, con sonidos que equivalen a los frescos colores del arco iris y de las mejillas y frentes de las jovencitas apenas púberes, con el candor de la alegría de la primera ráfaga del amor. Sin analogías con el bandoneón, que en la madurez del adulto en la edad de los deseos lóbregos, la concertina levanta su hálito de percalinas, piqués almidonados, gasas traslúcidas y sombreros de paja con cintas. Así vi yo una concertina en una fiesta infantil, seguramente en la fiesta de la Primavera, hace muchos años, allá por el 1874 ó 1904, ya no recuerdo bien. Y esta lámina se liga a otra, como dos imágenes superpuestas en una vitela.


En la Plaza Constitución, los domingos, solían congregarse oficiales y soldados del Ejército de Salvación en los comienzos de la prédica. Cinco apóstoles de la nueva fe, con cinco voces falsas, desgastadas, ausentes, salmodiando la Biblia. Eran aquellos años de ciclones y volcanes —¿se acuerda usted?—, cuando nueve años más tarde pasó otra vez Beatriz desdeñosa, y el alma andaba por un lado y el cuerpo por el otro. Al atardecer formaban un círculo aquellos pintorescos cruzados de uniforme marcial, tan lejos de la mística de San Francisco como de la épica de Don Ignacio de Loyola, aunque inflamados por la misma ola de fervor. Caía la tarde entre los árboles, con un amarillo de ámbares y hojas marchitas; el aire de una remota y árida soledad hería como un cuchillo, y cuerpos de carne fatigada entraban y salían de la estación. Parece un sueño, ahora. Después de un breve sermón, apenas comprensible, emitido por la nariz que apretaban los lentes junto a las fosas, aquellos ridículos soldados de la fe entonaban un cántico acompañado por las notas siempre bíblicas de la concertina. Cantaban de Jehová, de los ángeles y de los suplicios del Salvador. Las voces, levantadas por las alas de la concertina, atravesaban nuestros pechos y se esparcían por la gigantesca ciudad vacía, como un bálsamo para los tristes y afligidos. A los dieciocho años, estos espectáculos tienen siempre la virtud de atraer a los elegidos: . Las voces, en inglés, fluían y perdíanse indiferentes. Asociada a ese cántico de desconocidos, en un lenguaje extraño, con la concertina como honda identidad, el alma encontraba un instante de compañía y como de consuelo en tanta soledad. Poco después la plaza quedaba otra vez en silencio, manchado de luces y de ruidos. Las estrellas arriba y lágrimas salobres y calientes sobre la cara.



Tacto

El tacto de la ciudad es percibido por los pies. La mano es inútil para palpar la ciudad. No podemos entrar con ella en contacto si no es por los pies; se la palpa caminando y durísima. En verdad, refractaria. Ésa es su piel, de pavimento. De acuerdo con las teorías de la evolución, que explican el casco del solípedo para la acción mecánica de la percusión en la marcha, el pavimento debe explicarse por los mismos factores que el carapacho del armadillo y la dermis del paquidermo. Pero lo cierto es que la piel de pavimento, cuya dureza mineral perciben nuestros pies y la comunican en el cansancio y el mal humor a toda la psique, es aisladora y hostil(1). Es una planchada, especie de magma que separa al hombre del mundo. Cuando la Municipalidad deja, con exquisito gusto, algunas cuadras de vereda sin empedrar, el pie toma contacto directo con la naturaleza de todo el país y no es sólo el alivio para los pies fatigados, sino la sensación casi táctil de ese contacto. Sube por las piernas al corazón la sensación de bienestar que suministra siempre la tierra. La planta del pie siente la elasticidad de la tierra, que sobre el pavimento se produce a expensas de los tejidos vivos. Cede ella en vez de hacernos ceder a nosotros.


También desde el punto de vista darwiniano es el pavimento una defensa económica de la ciudad para mantener su tránsito. Nos obliga a tomar un vehículo aun por pocas cuadras. Toda marcha a pie es agotadora; en verano se une a la dureza de la piedra el calor, y en invierno el frío. Una ciudad no ha sido adoquinada para caminar por ella sino para recorrerla en coche. El coche es el peatón natural de la ciudad; el neumático, no el pie; la llanta de hierro, no la pata. Para a pata se ha ideado la herradura, que preserva el casco como el pavimento a la tierra; para el pavimento se ha fabricado el automóvil.


En cambio, el campo invita a marchar. La pampa es también movimiento, pero no pesimismo y desaliento, sino ejercicio y salud. Aun los hombres ricos gustan allí de caminar, como aquí los pobres de andar en automóvil. Mucho de la manía del automóvil que aqueja a los porteños es una especie de reuma y de cansancio. A Ford le convendría hacer pavimentar por su cuenta el mundo entero. No es un descubrimiento mío que el automóvil ha sido creado por la necesidad del pavimento y no de la comodidad. Constitucionalmente ningún ser humano prefiere en estado de salud caminar sentado a caminar a pie, pero el reuma y el adoquín son dos asociados de las fábricas de automóviles. El agente intermediario entre el fabricante y el empedrado es el gusto del confort y el lujo. Esa tendencia al lujo y la comodidad nacen inconscientemente de los pies, que es algo así como la raíz del cuerpo y el almácigo del pesimismo sistematizado.


Después del pie, sigue el cuerpo como órgano urbano de palpación. Vemos cantidad de personas que en las aglomeraciones y en los lugares concurridos frotan su cuerpo, como inadvertida o inevitablemente. Se diría que tienen el traje sensible como la piel, y la piel eléctrica como los gatos. La mano es utilizada en última instancia, porque en la mano está siempre la responsabilidad. Como que la mano es el más consciente de los aparatos del hombre y el más responsable, según lo demuestran las historias de la civilización y de la moral. La ciudad tiene un traje de la piel y una piel del traje. Bástale a muchos ese roce furtivo para consuelo de su orfandad, y solamente las mujeres no comprenden bien esto.



Olfato

La ciudad atrofia los sentidos: acorta y enturbia la vista, encallece el pie, embrutece el oído. El olfato es atrofiado insensiblemente, como sentido de la intemperie y de los efluvios terrestres. ¿Quién huele la ciudad? Es inodora. Tendrá su olor, pero no lo percibimos nosotros, como lo demuestra el hecho de que tenemos que ponernos a pensar a qué huele. Sólo llegando de las sierras, del mar o del campo, se barrunta apenas: humedad, gases de combustión, alquitrán, polvo y el complejo de las emanaciones que salen de los negocios, las casas de vecindad, los depósitos de comestibles. Cuando en cambio vamos de la ciudad al campo, el olfato se rehabilita. Percibe el aroma de las hierbas, de la tierra seca o húmeda, de los árboles, del aire y sus matices, de las flores y los animales invisibles. Este sentido, inexistente en la ciudad, sale de su letargo y redescubre el mundo. Como sentido el más adjunto a lo orgánico y vital, se restaura en seguida aunque se lo amortigüe al extremo. Tiene tendencia, la ciudad, a velar los sentidos en una especie de anticipo exquisito de la muerte, y para eso comienza a homogeneizar los olores; cada simple olor va disuelto en un tono urbano y todos juntos dan la suma de su olor, que al fin no percibimos. Todo tiene algo de pintado, para el olfato. Las flores de la ciudad son adornos para la vista; las de los cementerios tienen un olor funeral y la de los ramos huelen a florería más que a flor. El papel pintado es la imagen gráfica del olfato en la ciudad. No olemos nada, vemos más bien. El olor de Buenos Aires es una droga anestésica. Las iglesias, los Bancos y las tiendas perduran en sus notas olfativas genéricas y acaso únicamente los teatros y cines tienen un repertorio particular de olores, conforme a los programas. En fin, tenemos sordera de olfato.

El olor de Buenos aires es cambiante y sutil, y si no tiene olor para nosotros es porque, en general, no la entendemos. El forastero trae su nariz cosmopolita obturada; al campesino le duele la cabeza y no sabe por qué. Antes Buenos Aires olía para todos, de creer a Hudson, hombre fidedigno como el que más. Él llamaba a Buenos Aires , porque la conoció cuando estaba en plena faena de servir a las industrias capitales del país(1). Ahora que sirve a las industrias del extranjero, no tiene olor: non olet, como Vespasiano decía del dinero de los impuestos a las cloacas.


La zona sur daba entonces olor a Buenos Aires. Ahí estaban los saladeros; olor de matadero y tenería(2). Como aun en ciertas noches de verano sahumaba su husmo de carne descompuesta o hervida sobre la silenciosa paz de los habitantes, contrarrestado por los aromas forestales de los otros barrios(3). Antes de hacernos perder nuestro olfato ha ido perdiendo su olor. Hace pocos años —veinte— el ciego podía aún orientarse por el olfato. Las farmacias emanaban prismas de alcanfor, desinfectantes, pastillas de goma e ingredientes de recetas complicadas; las tiendas, de jabones perfumados y telas, géneros y ambiente de cueva encantada; los mercados, de carne, pescado, frutas, hortalizas, bien definidos; los corralones, de estiércol; las fondas, de guisados y restos de vino en el mantel. Las notas que ofrecía al acto olfativo del ciego eran más nítidas, diferenciadas en relieves, y no necesitaba él de quien le guiase. Por eso ahora hay muchos menos ciegos por las calles; andan desorientados y perdidos por donde no se los puede encontrar. La locomoción a sangre saturaba de hierbas fermentadas el ambiente; las victorias y los carros cargados irradiaban efluvios que lo orientaban a uno y lo aseguraban de la estabilidad del barrio entero. Hoy son la nafta, el aceite quemado, las mecanizadas moléculas emitidas por los motores y el asfalto, cuando hace calor, lo que predomina sobre todos los olores característicos, hasta el punto de formar un olor homogeneizado que parece el de la Corporación Nacional de Transportes.


Los días de lluvia huele la ciudad en los cinematógrafos y especialmente en los cafés, tranvías y ómnibus. La humedad despega de las ropas una emanación que pertenece por igual al cuerpo del individuo y al de la ciudad, que depositan juntos sus exudaciones en el traje. En esos días Buenos Aires surge personal de la cáscara de los olores generalizados. Sí; es él.


La nariz de los extranjeros tampoco es testimonio eficaz. Buenos Aires huele a limpieza, a salud, a bienestar, a papel moneda, a lo que no significa nada para el olfato. Hamlet, ¿qué pensaría? Londres huele a carbón lejano y húmedo; París a tapices; Nueva York a cedro y bronce bancarios; Roma a piedra; Madrid a cocido y Buenos Aires ¿a qué? No podría decirlo, pero con la certeza del animal aquerenciado, la distinguiría de todas las restantes ciudades del mundo. Conocemos que cada barrio tiene su repertorio de aromas, y asimismo las casas de escritorios, los inquilinatos, los hoteles y, sin embargo, la definición se encierra en un enigma de cielo estrellado. ¿Serán las mujeres las que dan perfume y vida a las ciudades? ¿serán ellas las que ponen signos recognoscibles en las cosas de la ciudad? ¿se ligará a sus cuerpos y sus ropas aquel instinto de la querencia con que dije que era posible descubrir a ciegas a Buenos Aires en el mundo? Al pasar, cada mujer nos brinda una variedad local de colonias y extractos y corpúsculos de su ser, que suelen diversificarse siempre dentro de la tonalidad en moda y del barrio, la hora y el lugar precisos, conservando una tónica fundamental que condiciona los demás sutiles olores de las cosas. Señalaríamos sin error nuestra ciudad como el amnios vital donde existimos con la vida profunda del organismos aclimatado. Belgrano, Palermo, Boca, Chacarita, Caballito, tienen una resultante olfativa peculiar, como tienen su luz vespertina y su acento, y esto sólo puede sentirse como formando un plexo de notas vitales, orgánicas, que actúan sobre el instinto de la permanencia, como quizá la fuerza de cohesión de los animales gregarios, generalmente de olfato muy desarrollado.


Sólo percibimos la suma y no los sumandos de las cosas; no olemos, ni vemos, ni oímos las cosas sino la ciudad que ahora non olet.



Gusto

Un observador poco perspicaz podría sentar el axioma de que lo fundamental en las comidas es el tiempo y no el menú. En los grandes hoteles y en los antiguos hogares, comer es un acto complicado que insume un par de horas por lo menos; en los restaurantes de mediana categoría y en los comedores burgueses poco menos de una hora, y en los restaurantes económicos, bares automáticos y dormitorios de pobres, algunos minutos. El tiempo de las comidas no guarda relación directa con el tiempo de la indigestión; de modo que se trata más bien que de los alimentos, del conjunto de los otros factores aparentemente extraños al acto de alimentarse, como las vitaminas lo son al volumen de lo que se ingiere. En fin, el menú suele ser con frecuencia el epítome culinario de la clase de vida que se lleva.


El gusto es un sentido que en el habitante de la ciudad va implícito en su situación social. Comemos bien, sin sibaritismo y sin personalidad, porque el gusto del porteño se ha tornado también mecánico y cosmopolita. El menú de nuestros abuelos, constituido por veinticinco platos distintos, conservaba un paladar nacional por el predominio de las carnes, especias y demás ingredientes preparados conforme a recetas oriundas del país o adaptadas desde siglos. Hoy en un almuerzo de tres platos reunimos tres países triangulares del globo, y no falta la promiscuidad de los banquetes oficiales donde el menú es un ágape de confraternidad internacional. Para nosotros comer no tiene nada que ver con lo que decimos y vivimos. Excepto los vegetarianos y dispépticos, nadie tiene prejuicios de raza en la comida. La mesa suele ser un programa de extrema izquierda, y no sé hasta dónde éste es un motivo de permanente lasitud de la nacionalidad, o de la anarquía en política y en ética. Se come de todo, sin discernimiento, pero no en cualquier parte ni a cualquier hora.


En los grandes hoteles, cuyos ventanales se le antojaban a Paul Morand palcos escénicos a la calle, se hace la fiesta de gala de la comida, mientras que en los bares automáticos se come como quien llena un zurrón. En unas partes se festeja bien y en otras se come mal.


El amante de las cosas del país puede encontrar locro, humita, empanadas, achuras asadas y otros platos nacionales, pero tendrá que dirigirse a casas que se especializan en esa clase de viandas exóticas. Lo que encontrará muy abundantemente son los platos tradicionales de nuestra cocina española, italiana y francesa. En resumidas cuentas, el puchero y el asado han permanecido hogareños; y si el visitante ha de guiarse sólo por el menú, difícilmente sabrá en qué país se encuentra. Tenemos el estómago poligloto e internacional.

Casi familiar, aunque precisamente donde hay menos familias y familiaridad, algunas casas sirven comidas módicas a precios económicos. Comedor familiar quiere decir únicamente comedor para pobres, dándosele al adjetivo la significación que tiene lo proletario con respecto a la prole.


Por pocos centavos pueden comer las vendedoras de tiendas, dactilógrafas y aquellos empleados y obreros de corto sueldo y larga jornada, cuando no quieren vender su patrimonio por un plato de lentejas. Comen la sopa, algún guiso, pan, y descansan un rato. Con muy poco puede vivir una persona, y aunque se ganara menos y se trabajara más, todavía se hallaría la forma de tirar adelante con la vida. Según estadísticas realizadas por personas competentes en la materia, con setenta y ocho pesos con cuarenta y cinco centavos puede vivir un matrimonio con dos hijos, incluyendo los gastos de tabaco del marido, alguna minucia de los caprichos de la mujer y el depósito de un peso en Caja de Ahorros para los chicos.


En esos comedores, instalados según el modelo del asilo para marineros, que son comercios aunque tienen el aspecto de asilos de caridad, entran gentes de todo matiz dentro de la variedad del obrero y del empleado, sobre todo las empleadas, que no pueden sentarse en el umbral a comer su merienda. Muchachas que visten bien, o a la manera de las que visten bien; muchachas que tienen vergüenza de que se las vea entrar en esos comedores, como si fueran a casas de cita. ¡Pobrecitas, con tanta abnegación y tanto pudor en la pobreza! Llegan, se sientan procurando hacer también economía del espacio que ocupan, y miran los precios de la lista antes que los platos. Piden lo que corresponde al precio, que casi siempre coincide con algo que estaban dispuestas a comer. En estos comedores se ve que la mujer necesita mucho menos espacio y mucho menos alimento que el hombre; son capaces de conformarse con su destino más heroicamente. Si después de haber comido se quedan un poco más, y esto suele estar en relación con la suma gastada, es porque no tienen adónde ir hasta la hora de volver al empleo. Algunas aprovechan para leer. Probablemente una novela —un poco autobiográfica— o los avisos de un diario del que han conservado sólo media hoja. No les interesan las noticias siempre tan abundantes sobre los sucesos mundiales, ni los acontecimientos importantes del país, como las elecciones u otras bagatelas por el estilo. Se limitan a leer en esta columna de esa página arrancada, algunos avisos jeroglíficos que sólo ellas entienden: .


No falta quien las mire insinuante, con el ofrecimiento fraternal de sí mismo a que lo obliga la situación similar en que se encuentran y también porque toda mujer que padece —pobreza, luto reciente, temor, vergüenza— excita al varón. Ellas bajan la cabeza; extraen con prisa de su cartera el lápiz de y el espejito, pagan y se apresuran a salir. Porque podrían creer que todavía necesitan comer algo más —y ellas están satisfechas.

Otra ciudad para otra vida - Constant

Publicado en el # 3 de Internationale Situationniste (1959).
Traducción extraída de Internacional situacionista, vol. I: La realización del arte, Madrid, Literatura Gris, 1999.

La crisis del urbanismo se agrava. La construcción de los barrios, antiguos y nuevos, está en desacuerdo evidente con los modos de comportamiento establecidos, y aún más con los nuevos modos de vida que buscamos. Un ambiente mortecino y estéril es el resultado en nuestro entorno.
En los barrios viejos, las calles han degenerado en autopistas. El ocio está desnaturalizado y comercializado por el turismo. Las relaciones sociales se hacen imposibles en ellos. Únicamente dos cuestiones dominan los barrios construidos últimamente: la circulación en coche y el confort de las viviendas. Son la miserable expresión de la felicidad burguesa, y toda preocupación lúdica está ausente.
Ante la necesidad de construir rápidamente ciudades enteras, nos disponemos a construir cementerios de hormigón armado, en los que grandes masas de la población están condenadas a morirse de aburrimiento. Ahora bien, ¿para qué sirven los inventos técnicos más asombrosos que el mundo tiene ahora a su disposición, si faltan las condiciones para sacar provecho de ellos, si no añaden nada al ocio, si falta la imaginación?

Nosotros reivindicamos la aventura. Al no encontrarla en la tierra algunos se fueron a buscarla a la Luna. Apostamos siempre y sobre todo por un cambio en la tierra. Nos proponemos crear situaciones, y situaciones nuevas. Contamos con romper las leyes que impiden el desarrollo de actividades eficaces en la vida y en la cultura. Nos encontramos en el alba de una nueva era, e intentamos esbozar ya la imagen de una vida más dichosa y de un urbanismo unitario; el urbanismo hecho para el placer.

Nuestro campo es por tanto la red urbana, expresión natural de una creatividad colectiva, capaz de comprender las fuerzas creadoras que se liberan en el ocaso de una cultura basada en el individualismo. A nuestro entender, el arte tradicional no podrá tener lugar en la creación del nuevo ambiente en el que queremos vivir.

Estamos inventando nuevas técnicas; analizamos las posibilidades que ofrecen las ciudades existentes; hacemos maquetas y planos para ciudades futuras. Somos conscientes de la necesidad de servirnos de todos los inventos técnicos, y sabemos que las construcciones futuras que emprendamos tendrán que ser suficientemente flexibes para responder a una concepción dinámica de la vida, creando nuestro entorno en relación directa con tipos de comportamiento en constante cambio.

Nuestra concepción del urbanismo es social. Nos oponemos a la concepción de una ciudad verde, en la que los rascacielos espaciados y aislados reducirán necesariamente las relaciones directas y la acción común de los hombres. Para que tenga lugar una relación estrecha entre el entorno y el comportamiento, es indispensable la aglomeración.

Quienes piensan que la rapidez de nuestros desplazamientos y la posibilidad de telecomunicarse van a disolver la vida común de las aglomeraciones conocen mal las verdaderas necesidades del hombre. A la idea de una ciudad verde que han adoptado la mayor parte de los arquitectos modernos oponemos la imagen de una ciudad cubierta en la que, al separar los planos de los edificios y de las carreteras, se da lugar a una construcción espacial continua separada del suelo, que comprenderá tanto grupos de alojamientos como espacios públicos (permitiendo modificaciones de destino según las necesidades del momento). Como toda la circulación, en el sentido funcional, pasará por debajo o por las terrazas superiores, se suprimen las calles. La gran cantidad de espacios atravesables diferentes de los que se compone la ciudad forman un espacio social complicado y vasto. Lejos de un retorno a la naturaleza, de la idea de vivir en un parque como antaño los aristócratas solitarios, vemos en tales construcciones inmensas la posibilidad de vencer a la naturaleza y someter a nuestra voluntad el clima, la iluminación, los ruidos en los diferentes espacios.

¿Entendemos por ello un nuevo funcionalismo que ponga aún más en evidencia la vida utilitaria idealizada? No hay que olvidar que, una vez establecidas las funciones, les sucede el juego. Desde hace mucho tiempo la arquitectura se ha convertido en un juego con el espacio y el ambiente. La ciudad verde carece de ambientes. Nosotros queremos, por el contrario, servirnos más conscientemente de ellos, y que correspondan a todas nuestras necesidades.

Las ciudades futuras que estamos considerando ofrecerán una variabilidad inédita de sensaciones en este campo y harán posibles juegos imprevistos mediante el uso inventivo de las condiciones materiales, como el acondicionamiento de aire, la sonorización y la iluminación. Ya hay urbanistas que estudian la posibilidad de armonizar la cacofonía que reina en las ciudades actuales. No se tardará en encontrar en ellas un nuevo campo de creación, así como muchos otros problemas que se presentarán. Los anunciados viajes al espacio podrían influir sobre este desarrollo, ya que las bases que se establezcan en otros planetas plantearán de forma inmediata el problema de las ciudades a cubierto, que serán quizá el modelo de nuestro estudio del urbanismo futuro.

Ante todo, sin embargo, la disminución del trabajo necesario para la producción mediante la automatización extendida creará una necesidad de entretenimientos, una diversidad de comportamientos y un cambio de naturaleza de los mismos que llevarán forzosamente a una nueva concepción del hábitat colectivo que disponga del máximo de espacio social, al contrario que la concepción de ciudad verde donde el espacio social se reduce al mínimo. La ciudad futura ha de concebirse como una construcción continua sobre pilares o como un sistema ampliado de construcciones diferentes en las que estarían suspendidos locales de alojamiento, de recreo, etc. y otros destinados a la producción y a la distribución, liberando el suelo para la circulación y las reuniones públicas. La aplicación de materiales ultraligeros y aislantes como los que se experimentan actualmente permitirá una construcción ligera y soportes muy espaciados. De forma que se podrá construir una ciudad de varias capas: sótano, planta baja, pisos, terrazas, de una extensión que puede variar desde la de un barrio actual a la de una metrópoli. Hay que destacar que en tal ciudad la superficie construida será del 100% y la libre del 200% (parterre y terraza) mientras que en las ciudades tradicionales los porcentajes son del 80% y del 20% y en la ciudad verde esta relación puede, como máximo, invertirse. Las terrazas conforman un territorio al aire libre que se extiende por toda la superficie de la ciudad, y que puede dedicarse al deporte, al aterrizaje de aviones y de helicópteros, y al mantenimiento de vegetación. Serán accesibles por todas partes mediante escaleras y ascensores. Los diferentes pisos estarán divididos en espacios vecinos y comunicantes, acondicionados artificialmente, que ofrecerán la posibilidad de crear una diversidad infinita de ambientes, facilitando la deriva de los habitantes y sus frecuentes encuentros fortuitos. Los ambientes serán cambiados regular y conscientemente con ayuda de todos los medios técnicos, mediante equipos de creadores especializados que serán, por tanto, situacionistas de profesión.

Una de las tareas que estamos emprendiendo es un estudio profundo de los medios de creación de ambientes y de la influencia psicológica de los mismos. La tarea específica de los artistas plásticos y de los ingenieros es llevar a cabo estudios concernientes a la realización técnica de las estructuras portantes y a su estética. La aportación de los últimos sobre todo es de una necesidad urgente para hacer progresos en el trabajo preparatorio que nos proponemos.

Aunque el proyecto que acabamos de trazar a grandes líneas corre el riesgo de ser considerado como un sueño fantasioso, insistimos en el hecho de que es realizable desde el punto de vista técnico, deseable desde el punto de vista humano, y que será indispensable desde el punto de vista social. La creciente insatisfacción que domina a la humanidad alcanzará un punto en el que nos veremos empujados a ejecutar proyectos para los que poseeremos los medios y que podrán contribuir a la realización de una vida más rica y completa.

Formulario para un nuevo urbanismo - Gilles Ivain

La Internacional Letrista adoptó en octubre de 1953 este informe de Gilles Ivain (de pseudónimo Ivan Chtcheglov) sobre el urbanismo que más tarde sería publicado en el # 1 de Internationale Situationniste.Traducción extraída de Internacional situacionista, vol. 1: La realización del arte, Madrid, Literatura Gris, 1999.


SEÑOR, SOY DE OTRO PAÍS

Nos aburrimos en la ciudad, ya no hay ningún templo del sol. Entre las piernas de las mujeres que pasan los dadaístas hubieran querido encontrar una llave inglesa y los surrealistas una copa de cristal. Esto se ha perdido. Sabemos leer en los rostros todas las promesas, último estado de la morfología. La poesía de los carteles ha durado veinte años. Nos aburrimos en la ciudad, tenemos que pringarnos para descubrir misterios todavía en los carteles de la calle, último estado del humor y de la poesía.

Baños de los Patriarcas

Máquinas de charcutería

Zoo de Nuestra Señora

Farmacia deportiva

Alimentación de los Mártires

Hormigón translúcido

Serrería Mano de Oro

Centro de recuperación funcional

Ambulancia Santa Ana

Café de la Quinta Avenida

Calle de los Voluntarios Prolongada

Hostal familiar en el jardín

Hotel de Extranjeros

Calle Salvaje

Y la piscina de la calle de las Nenas. Y la comisaría de la calle de las Citas. La clínica quirúrgica y la oficina de empleo gratuito del muelle de los Orfebres. Las flores artificiales de la calle del Sol. El Hotel de los Sótanos del Castillo, el bar del Océano y el café de Ir y Venir. El Hotel de Época.

Y la extraña estatua del Doctor Phillippe Pinel, benefactor de los locos, en las últimas tardes del verano. Explorar París.

Y tú, olvidado, tus recuerdos asolados por todas las consternaciones del mapamundi, encallado en las Cuevas Rojas de Pali-Kao, sin música y sin geografía, sin ir ya a la hacienda donde las raíces piensan en el niño y el vino se acaba en fábulas de almanaque. Ahora se acabó. Nunca verás la hacienda. No existe.

Hay que construir la hacienda.

Todas las ciudades son geológicas, y no se pueden dar tres pasos sin encontrar fantasmas armados con todo el prestigio de sus leyendas. Evolucionamos en un paisaje cerrado cuyos puntos de referencia nos atraen constantemente hacia el pasado. Algunos ángulos movedizos, algunas perspectivas fugitivas nos permiten vislumbrar concepciones originales del espacio, pero esta visión sigue siendo fragmentaria. Hay que buscar en los lugares mágicos de los cuentos del folklore y en los escritos surrealistas: castillos, muros interminables, pequeños bares olvidados, cuevas de mamut, hielo de los casinos.

Estas imágenes caducas conservan un pequeño poder de catálisis, pero es casi imposible utilizarlas en un urbanismo simbólico sin rejuvenecerlas dándoles un nuevo sentido. Nuestro imaginario cultivado por viejos arquetipos ha quedado muy por detrás de las máquinas perfeccionadas. Los diversos intentos de integrar la ciencia moderna en los nuevos mitos continúan siendo insuficientes. Mientras tanto lo abstracto ha invadido todas las artes, en particular la arquitectura de hoy. El hecho plástico en estado puro, sin anécdota e inanimado, descansa y refresca los ojos. En otros lugares se encuentran más bellezas fragmentarias, pero la tierra de las síntesis prometidas cada vez más lejana. Cada cual duda entre el pasado emocionalmente vivo y el futuro ya muerto.

No prolongaremos las civilizaciones mecánicas y la fría arquitectura cuya meta es el ocio aburrido.

Nos proponemos inventar nuevos escenarios móviles. (...)

La oscuridad retrocede ante la luz artificial y el ciclo de las estaciones ante las salas climatizadas: la noche y el verano pierden su encanto y el alba está desapareciendo. El hombre de las ciudades piensa alejarse de la realidad cósmica y por eso ya no sueña. La razón es evidente: el sueño se alza sobre la realidad y se realiza en ella.

La fase última de la técnica permite el contacto ininterrumpido entre el hombre y la realidad cósmica a la vez que elimina sus aspectos desagradables. El techo de vidrio deja ver las estrellas y la lluvia. La casa móvil gira con el sol. Sus muros corredizos permiten a la vegetación invadir la vida. Deslizándose sobre vías puede ir hasta el mar por la mañana y volver por la noche al bosque.

La arquitectura es el medio más simple de articular el tiempo y el espacio, de modular la realidad, de engendrar sueños. No se trata solamente de la articulación y la modulación plásticas, expresión de una belleza pasajera, sino de una modulación influencial que se inscribe en la curva eterna de los deseos humanos y del progreso en su realización.

La arquitectura de mañana será un medio para modificar las condiciones actuales de tiempo y de espacio. Un medio de conocimiento y un medio de acción.

El complejo arquitectónico será modificable. Su aspecto cambiará parcial o totalmente siguiendo la voluntad de sus habitantes. (...)

Las colectividades del pasado ofrecieron a las masas una verdad absoluta y ejemplos míticos incuestionables. La aparición de la noción de relatividad en la mentalidad moderna permite sospechar el aspecto EXPERIMENTAL de la nueva civilización, aunque la palabra no me satisface. Un aspecto más flexible, más "divertido" digamos. Sobre la base de esta civilización móvil, la arquitectura será -al menos inicialmente- un medio para experimentar miles de formas de modificar la vida, con vistas a una síntesis que sólo puede ser legendaria.

Una enfermedad mental ha invadido el planeta: la banalización. Todo el mundo está hipnotizado por la producción y el confort -desagüe, ascensor, baño, lavadora.

Este estado de cosas que nace de una rebelión contra la miseria supera su remoto fin -la liberación del hombre de las inquietudes materiales- para convertirse en una imagen obsesiva en lo inmediato. Entre el amor y el basurero automático la juventud de todo el mundo ha hecho su elección y prefiere el basurero. Se ha hecho imprescindible una transformación espiritual completa, que saque a la luz deseos olvidados y cree otros completamente nuevos. Y realizar una propaganda intensiva en favor de estos deseos.

Hemos apuntado ya la necesidad de construir situaciones como uno de los deseos básicos en los que se fundaría la próxima civilización. Esta necesidad de creación absoluta siempre ha estado estrechamente asociada a la necesidad de jugar con la arquitectura, el tiempo y el espacio.(...)

Uno de los más destacados precursores arquitectónicos seguirá siendo Chirico. Él abordó los problemas de las ausencias y las presencias en el tiempo y el espacio.

Sabemos que un objeto que no es conscientemente advertido en una primera visita provoca, en su ausencia, una sensación indefinible en visitas posteriores: mediante su percepción diferida la ausencia del objeto se hace presencia sensible. Más exactamente: aunque la calidad de la impresión generalmente sigue siendo indefinida, varía con la naturaleza del objeto desaparecido y la importancia concedida al mismo por el visitante, pudiendo ir del gozo sereno al terror (poco importa que en este caso específico sea la memoria el vehículo de esos sentimientos; sólo he escogido este ejemplo por su comodidad).

En la pintura de Chirico (período de Las Arcadas) un espacio vacío crea un tiempo pleno. Es fácil imaginar el futuro que reservamos a tales arquitectos y su influencia sobre las masas. Hoy no podemos sino despreciar un siglo que ha relegado tales maquetas a supuestos museos.

Esta nueva visión del tiempo y del espacio, que será la base teórica de futuras construcciones, no está a punto ni lo estará completamente antes que se experimente el comportamiento en ciudades reservadas para este fin, donde se reunirían sistemáticamente, además de las instalaciones necesarias para un mínimo de confort y seguridad, construcciones cargadas de un gran poder evocador e influencial, edificios simbólicos representando los deseos, las fuerzas, los acontecimientos del pasado, del presente y del futuro. A medida que desaparecen los motivos para apasionarse se hace más urgente una ampliación racional de los antiguos sistemas religiosos, de los viejos cuentos y sobre todo del psicoanálisis en provecho de la arquitectura.

De algún modo cada uno habitará en su "catedral" personal. Habrá habitaciones que harán soñar mejor que cualquier droga y casas donde sólo se podrá amar. Otras atraerán irresistiblemente a los viajeros...

Este proyecto podría compararse con los trampantojos chinos y japoneses -con la diferencia de que aquellos jardines no estaban diseñados para vivir en ellos- o con el ridículo laberinto del Jardín des Plantes en cuya entrada se puede leer, colmo del absurdo, Ariadna en paro: Los juegos están prohibidos en el laberinto.

Esta ciudad podría ser imaginada como una reunión arbitraria de castillos, grutas, lagos, etc... Sería el estadio barroco del urbanismo considerado como un medio de conocimiento. Pero esta fase teórica está ya superada. Sabemos que se puede construir un inmueble moderno que no se parezca a un castillo medieval, pero que conserve y multiplique el poder poético del Castillo (mediante la conservación de un mínimo estricto de líneas, la trasposición de otras, el emplazamiento de las aberturas, la situación topográfica, etc.)
Los distritos de esta ciudad podrían corresponder al espectro completo de los diversos sentimientos que se encuentran al azar en la vida corriente.

Barrio Bizarro - Barrio Feliz, reservado particularmente al alojamiento) - Barrio Noble y Trágico (para buenos chicos) - Barrio Histórico (museos, escuelas) - Barrio Útil (hospital, almacenes de herramientas) - Barrio Siniestro, etc. Y un Astrolario que agruparía las especies vegetales de acuerdo con las relaciones que manifiestan con el ritmo estelar, un jardín planetario comparable al que el astrónomo Thomas quería establecer en Laaer Berg, en Viena, indispensable para dar a los habitantes conciencia de lo cósmico. Quizás también un Barrio de la Muerte, no para morir sino para tener donde vivir en paz, y pienso aquí en Méjico y en un principio de crueldad en la inocencia que cada día me seduce más.

El Barrio Siniestro, por ejemplo, reemplazaría ventajosamente esas bocas del infierno que muchos pueblos poseían antiguamente en su capital y que simbolizaban las potencias maléficas de la vida. El Barrio Siniestro no tiene por qué encerrar peligros reales, como trampas, mazmorras o minas. Sería de difícil acceso, horrorosamente decorado (silbatos estridentes, timbres de alarma, sirenas intermitentes con una cadencia irregular, esculturas monstruosas, móviles mecánicos motorizados llamados Auto-Móviles) y tan pobremente iluminado por la noche como escandalosamente durante el día mediante un uso abusivo del fenómeno de reverberación. En el centro, la "Plaza del Móvil Espantoso". La saturación del mercado con un producto provoca la caída de su valor: el niño y el adulto aprenderán mediante la exploración del Barrio Siniestro a no temer ya las manifestaciones angustiosas de la vida, sino a divertirse con ellas.

La actividad principal de los habitantes será la DERIVA CONTINUA. El cambio de paisajes entre una hora y la siguiente será responsable de la desorientación completa. (...)
Más tarde, con el inevitable desgaste de los gestos, esta deriva abandonará en parte el campo de lo vivido por el de la representación.(...)

La objeción económica no resiste la primera ojeada. Sabemos que cuanto más reservado a la libertad del juego esté un lugar más influye sobre el comportamiento y mayor es su fuerza de atracción. Lo demuestra el inmenso prestigio de Mónaco y Las Vegas. Y de Reno, caricatura del amor libre. Pero no se trata más que de simples juegos de dinero. Esta primera ciudad experimental vivirá generosamente del turismo tolerado y controlado. Las próximas actividades y producciones de la vanguardia se concentrarán en ella. En unos pocos años llegará a ser la capital intelectual del mundo y será universalmente conocida como tal.


La Internacional letrista había adoptado en octubre de 1953 este informe de Gilles Ivain sobre el urbanismo, que constituyó un elemento decisivo de la nueva orientación tomada a partir de entonces por la vanguardia experimental. El presente texto se ha establecido a partir de dos versiones sucesivas del manuscrito, que comportan leves diferencias de formulación, conservados en los archivos de la I.L. y convertidas en las piezas nº 103 y 108 de los Archivos Situacionistas.